Leyendas: El hornero Flora y Fauna de Córdoba Argentina

Pareja de horneros

Leyenda del Hornero

Amanece en el norte cordobés.
En este paisaje donde todo es auténtico y natural tenía su asentamiento una tribu de indios laboriosos, pacíficos, mezcla de sanavirones y diaguitas.
Allí vivía un indio anciano acompañado solamente por su nieto Jahé, un muchacho fuerte y trabajador.
Su abuelo le había enseñado el oficio de albañil y él, solidario con las otras familias de la tribu, les ayudaba a construir sus pobres casas reemplazando los toldos de ramas y cueros.
Una tarde, cansado de la dura jornada del día, se acostó a la sombra de un árbol cercano al arroyo, cuando vio que una muchacha muy hermosa caminaba apresurada por el sendero.
El. joven quiso seguirla pero ella no le dio tiempo y se perdió en la espesura del bosquecillo de jarillas, retamas y espinillos…
Pero sí tuvo tiempo para mirarlo y sus ojos se encontraron.
Ambos supieron que había nacido entre ellos el amor a «primera vista».
Jahé contó a su abuelo el fugaz encuentro.
-Ten cuidado. No mires tan alto. Ella es la hija de nuestro cacique. No será fácil llegar a esa muchacha y conquistar su amor.
Buen razonamiento del abuelo. Yunka, la india, tenía muchos pretendientes y un padre muy severo que aspiraba para su hija un esposo de mayor jerarquía.
Pero Jahé no se desanimó, se propuso hacer lo que fuera necesario para conquistar a la jovencita.
Fue así como, cuando el cacique llamó a los hombres jóvenes de la tribu para someterlos a una difícil prueba, él estuvo entre los primeros.
La prueba era dura. Los aspirantes a la mano de Yunka debían ser envueltos en la piel fresca de una vaca y dejados al sol.
Al irse secando el cuero se encogería, apretando y estrechándolos con gran dolor.
El que resistiera más tiempo, o sea el más duro y fuerte, se convertiría en el esposo de su hija.
El día señalado, ocho pretendientes fueron envueltos y dejados en el campo al aire y al sol.
Uno a uno los indios que no soportaban el tormento fueron abandonando.
Pasados unos días sólo fueron quedando dos; Jahé y Aguará.
Cuando este último pidió que lo liberaran de la terrible prisión, la gente de la tribu vino a sacarlo y lo acompañó hasta su rancho.
Cuando regresaron para declarar vencedor a Jahé vieron asombrados que, de la enrollada piel salió una avecilla que voló y se asentó en un árbol cercano.
El fuerte y valeroso albañil se había convertido en un pájaro que con un silbo muy agudo saludaba a su libertad.
Yunka quedó desilusionada y muy triste. Se encerró su rancho y se negó a salir. Pero un día, ante el asombro de sus padres y vecinos, también levantó vuelo y fue a reunirse con su amado que la esperaba en el bosque.
El bueno de Tupá, dios de los indios, se había apiadado de ella y la convirtió en la compañera de Jahé.
Como señal de buen augurio aquella noche cayó una lluvia mansa que lavó el campo, los árboles y las penas…
Y a la mañana siguiente, todos vieron cómo la pareja de avecillas amasaba con sus patitas el barro de una charca y lo mezclaba con trocitos de paja.
Allá en lo alto, en la horqueta del algarrobo del rancho de su abuelo, el pájaro comenzó a construir su nido con el barro que le alcanzaba en el pico su hermosa compañera.
Mientras cantaban su canción de amor que posiblemente traducida a nuestro idioma diría:

Nuestro nido no será de plumas
Son livianas, volarán.. .
Mejor lo hagamos de barro
Bien seguro y abrigado
En donde nuestros hijitos,
sin peligro crecerán
Y será nuestra casita
Nido de felicidad…

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* Leopoldo Lugones: Fábulas Nativas. Ed. Kapeluz 1924.

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